viernes, 12 de octubre de 2012

Capítulo 4.


Espero que os guste :/


Dicho esto, me agarra del pelo y vuelve a levantarme. Gruñendo de dolor, y desafiante, le escupo en la cara; pero no debería haberlo hecho ya que automáticamente me da un puñetazo y vuelvo a caer al suelo. Me pregunto si Snow le ha dado su consentimiento para usar la fuerza conmigo, ya que a pesar de todo me sobreprotege. No, no creo que sea por eso. Probablemente le preocupe más que esté “guapa” para sus fiestas, y en estos casos, un ojo hinchado es un problema.
En un momento me veo maniatada de pies y manos. El tipo corpulento me coge de mala forma, como si sólo fuera un saco de harina, y me mete en un vehículo con los cristales tintados. “Próxima parada, Mansión Snow. Abróchense los cinturones y disfruten de la tortura” me digo a mí misma.
Una vez llegamos a la mansión,  me sube a cuestas hasta el segundo piso y me encierra bajo llave en una habitación en la que nunca había estado. La estancia está sumida en la completa oscuridad, y desorientada, no me queda otra que sentarme a esperar mi castigo.
Después de media hora de angustia por no saber cuánto me queda de vida, se oye el sonido de la llave girando dentro de la cerradura. La puerta se abre lentamente, dejando entrar algo de luz procedente del pasillo. Aunque sigo sin distinguir nada por la escasa iluminación, reconozco a mi visitante gracias al repentino y fuerte olor a rosas. Snow permanece de pie frente a mí sin decir nada, lo cual es un tanto inquietante; y empiezo a asustarme.
-Blair, Blair, Blair. Nunca aprenderás, ¿verdad? – hace una pausa y al ver que no respondo, continúa - Yo que te he dado todo, techo, comida, joyas, todo lo que puedas desear. ¿Y así me lo pagas?
-Sólo quiero recuperar mi libertad.  Me mantienes encerrada día y noche. ¿Pretendes hacerme feliz con un par de joyas y cuatro fiestas estúpidas? Lo único que recibirás de mí es mi desprecio, puesto que has hecho un infierno de cada día de mi existencia.
He tratado de sonar lo más convincente posible, pero me tiembla tanto la voz que Snow sólo se limita a reír. Lo que él no sabe es que, mientras estamos hablando, he conseguido liberarme de las cuerdas que ataban mis manos.
-En situaciones como ésta, habría deseado convertirte en avox años atrás. Pero aún estoy a tiempo.
-Puedes silenciarme, pero nunca conseguirás que te respete como tú esperas. Seguiré pensando igual.
-¡Silencio, malnacida! ¿Acaso no recuerdas con quién estás hablando? Con sólo chasquear los dedos, puedo borrarte del mapa.
-¡Entonces hazlo, mátame y acaba con esta pesadilla de una vez por todas! ¡Hazme libre! Y me reuniré con mi madre. – Los ojos se me anegan en lágrimas.
Snow sonríe maliciosamente.
-¿Seguro que eso es lo que quieres, Blair? ¿Y qué hay de tu padre? Lo destrozarías.
-¿Qué estás diciendo? En el caso de que viviera habría huido al 13 con los demás habitantes del Distrito 12. - No sé qué pretende, pero no me gusta nada.
-¿Y si no estuviera en el 13? ¿Y si hubiera estado, digamos…en las mazmorras de la mansión, durante todos estos años?
Mis ojos se abren como platos. Noto como la furia me invade rápidamente, y lo único que se me ocurre hacer, a pesar de tener los pies atados, es abalanzarme sobre él; arañándole la cara y gritando todos los insultos que sé. El tipo de antes oye los gritos y sube a toda prisa. Ayuda a Snow a levantarse y a mí me aparta de un empujón.
-Encárgate de ella, Hugo – dice Snow, saliendo por la puerta. Nunca había usado ese tono conmigo.
Intento provocar a “Hugo” para que no note que estoy aterrorizada.
-¿De verdad te atreverás a hacer daño a una niñita? Eres casi tan cobarde como tu jefe.
En eso me equivocaba, y lo compruebo segundos después cuando me da una paliza brutal. A la primera patada siento dolor, a la segunda, siento miedo. Por cada golpe que recibo se me viene la misma palabra a la cabeza: “mamá”. Y entonces la veo: su  larga melena  de color castaño, esos ojos verdes cuya mirada hechizante tuve la suerte de heredar, al igual que su voz. No sé por qué, pero la imagino con un vestido blanco que ondea suavemente a medida que se acerca a mí. Mientras el gigante me golpea una y otra vez, riendo a carcajadas como un loco, ella se arrodilla a mi lado y susurra “no tengas miedo, mi pequeño Sinsajo”. En el momento en que sonríe y despliega sus alas de ángel, me quedo inconsciente.


domingo, 7 de octubre de 2012

Capítulo 3.

Hola de nuevo! Esta vez vuelvo con el capítulo 3 después de siglos de inactividad... xD
Siento que sea un poco soso, pero llevo días sin inspiración y bueno, a la próxima me pondré las pilas >.<


Enseguida me arrepiento de haberlo confesado. Me siento completamente avergonzada. Manipulada como un juguete. Sucia. Ni siquiera soy la  dueña de mi propia existencia. Todo depende de él, de ese anciano vil y repulsivo, y es evidente que no puedo hacer nada, ya que la segunda alternativa sería la muerte. Aunque quizá fuera la mejor solución.
Las lágrimas brotan de mis ojos instantáneamente.  No pienso quedarme ahí quieta;  me levanto rápidamente y echo a correr, empujando a varias señoras mayores que sueltan todo tipo de improperios a medida que me voy alejando. El chico trata de alcanzarme, pero he conseguido darle esquinazo.
Es ahora cuando de verdad me siento estúpida. Si hay algo que odie más que la gente que llora por mí, son mis propias lágrimas. Una de las razones, es que siempre me recuerda a lo que Snow me ha estado diciendo durante todos estos años. “Llorar es imperdonable. Sólo los débiles lloran”.  El segundo motivo es precisamente ese. Siempre me he repetido a mí misma que llorar es mostrar mi debilidad, es sacar a la luz mi miedo. Temo no ser capaz de resistir a este infierno, porque no quiero que Snow piense que finalmente me he rendido.  Ahora que lo pienso, no lloro porque sea débil, sino porque llevo demasiado tiempo siendo fuerte. O al menos intentándolo.
Mis pies me llevan hasta  un jardín enorme, algo más lejos del centro de la ciudad. Yo diría que ha sido creado virtualmente, ya que recrea con exactitud lo que habría sido un bosque natural, solo que en miniatura, por así decirlo. Es algo impresionante, no sólo tiene vegetación sino que también incluye la fauna y otras muchas cosas.
Camino fascinada entre los árboles, escuchando el canto de los pájaros, el fluir de los arroyos; contemplo las mariposas revoloteando a mi alrededor. Es una pena que no sea de verdad. Me siento bajo un árbol y enseguida me acuerdo de aquella canción que mi madre me cantaba, “La canción del Valle”. La susurro muy bajito, mientras una de las mariposas se posa encima de mi dedo.
-En lo más profundo del valle, allí bajo el sauce, hay una cama de hierba, una almohada verde suave…
Mi madre. La echo tanto de menos… Ella nunca le habría permitido esto a Snow. Aunque, me pregunto qué consecuencias habría tenido eso. Quizá sea mejor así.
Recuerdo que cuando era niña, todas las noches antes de dormir me hablaba del que había sido su hogar, el Distrito 12. De sus historias más fantásticas, de sus habitantes y la pobreza que asolaba la Veta. Me hablaba de mi padre, al que ni siquiera creía vivo, que había participado en unos Juegos del Hambre y había salido victorioso. De cómo había desafiado al Capitolio y mataron a su familia por ello, haciendo creer después que también a ella. Y sobre todo, recuerdo cómo la castigaron por ello. Veintiséis latigazos limpios. Desde entonces, nunca se le permitía hablarme de él, ni siquiera podía decirme su nombre.
Pero me hablaba del Quemador, y de Sae la Grasienta; del ahora alcalde Undersee, que entonces era algo más joven, de los mineros, de los Agentes de la Paz. Al cabo de un tiempo ya conocía todo acerca del Distrito 12 y aunque nunca hubiera estado allí en persona, verdaderamente lo consideraba mi hogar.
Este jardín es probablemente lo más parecido que encuentre a los bosques de los límites del Distrito 12. Daría lo que fuera por acabar con todo esto, huir de mi prisión, estar allí realmente, sentirme libre…libre como un Sinsajo. Así es como mi madre me llamaba, “mi pequeño Sinsajo”.
Una voz de hombre me saca de mis pensamientos. Cuando me doy la vuelta me quedo pálida: el mismo guarda que me abrió la puerta de la mansión hace un rato está detrás de mí.
-Señor Presidente, la hemos encontrado.
Intento escapar pero es inútil, es demasiado rápido. En cuestión de segundos, el gigante me atrapa y me empuja violentamente contra el suelo.
-Basta de jueguecitos. Tendrás el castigo que te mereces.

lunes, 1 de octubre de 2012

Capítulo 2.


Necesito salir de esta casa, lo necesito aunque solo sea por un minuto. El Presidente rara vez me deja salir al exterior, y si lo hace, debo ir acompañada por él o por algún sirviente. Esto no supondría ningún problema para mí si se preocupara por mi seguridad en vez de temer que huya de su prisión. A las puertas de la mansión siempre hay alguno de sus secuaces vigilando que nadie entre ni salga. O mejor dicho, vigilando que YO no salga. Me gustaría escaparme unas horas, no me importa las consecuencias que esto conlleve ya que Snow está tan sumamente obsesionado conmigo que no sería capaz de hacerme daño.
Así que me planto delante de este gigante musculoso, intentando parecer lo más confiada y creíble posible.
-El Señor Presidente me ha dado permiso para salir. Ábreme la puerta.
-Petición denegada. Tengo la orden de no dejarla salir a no ser que lo haga acompañada.
-Si lo prefieres, puedo ir a informarle yo misma de la situación, a ver qué opina de lo bien que haces tu trabajo. Eres un incompetente.
Oh Dios, ni yo misma me creo capaz de haber dicho eso. Temo su reacción, pero a pesar de sus ganas de golpearme (y se notan bastante) trata de mantener la compostura y me contesta:
-Ya me han avisado de tus jueguecitos, tramposa.
Cuando me dispongo a volver a mi cuarto, bastante irritada, aparece el chico de hace un rato, el avox. Mi sorpresa es enorme cuando le indica al guarda, mediante lenguaje de signos, que él me acompañará por petición de Snow. Lo sé porque la mayoría de los sirvientes son avox, y llevo en esta casa desde que nací, por eso llevo aprendiendo este lenguaje a lo largo de muchos años.
El guarda nos abre la puerta  y se aparta a regañadientes.  Dejamos atrás la tranquilidad (¿o quizá tensión?) de la mansión Snow y nos mezclamos entre el ruido y el barullo de la extravagante ciudad. Una vez llegamos a un sitio más tranquilo, nos sentamos y le doy las gracias.
-Sabes que puedes meterte en un lío por esto, ¿verdad? – él sólo se limita a asentir de forma juguetona, cosa que me hace reír. – Por cierto, ¿de dónde vienes tú?
Él, usando los gestos, me dice que es del Distrito 7. Por lo visto, estuvo un tiempo sirviendo a los tributos elegidos para los Juegos del Hambre, pero ahora que todo el país se ha revelado y no pueden celebrarse, lo han trasladado aquí, al Capitolio.  También me pregunta por mis orígenes.
-Bueno, en mi caso es un poco confuso. Podría decirse que siempre he pertenecido al Capitolio, pero mi madre era del Distrito 12. Por lo poco que me contó (no se le permitía hablarme de ello) la raptaron para vengarse de su novio y la trajeron aquí, para servir a Snow. Lo que no sabían, ni siquiera ella, era que estaba embarazada de mí.
El chico me pregunta por señas por qué ni ella ni yo fuimos convertidas en avox.
-Sí, es poco común ya que a la mayoría los convirtieron nada más llegar a la mansión; muy pocos privilegiados presumen de conservar su lengua. Verás, a mi madre le encantaba la música y cantar; tenía una voz preciosa. Creo que yo heredé parte de su talento. En el caso de mi madre, Snow pensó que no debía “echarla a perder”. En el mío… bueno. Desde muy pequeña está obsesionado conmigo, me trata como su “niña” y me obliga a asistir con el a muchas fiestas. Me protege de forma exagerada. Y lo peor, no me deja salir de la mansión, ni acercarme a ningún chico…soy de su propiedad.
Me cuesta seguir hablando.  El chico me mira horrorizado, y no hace falta que me lo pregunte para saber en qué esta pensando. Hablo una vez más, pero esta vez solo me sale un hilillo de voz:
-Y sí. Snow abusa de mí.

Capítulo 1.


Los primeros rayos de Sol me deslumbran, voy abriendo poco a poco los ojos. Me encuentro, una vez más, en la habitación más grande y lujosa de la mansión. Acaricio las sábanas de seda mientras contemplo la estancia. Todo el suelo está recubierto por una moqueta de color lavanda, hay un sofá negro, una chimenea, una gran televisión y un amplio escritorio tras el cual un ventanal enorme con vistas a la calle deja entrar la luz de la mañana.
Hasta ahora no me había percatado (quizá es porque estoy más que acostumbrada) del olor a rosas y sangre en el ambiente. Ese fuerte y empalagoso olor, que tan bien conozco y tanto detesto. Giro la cabeza y ahí está, tumbado de espaldas a mi lado y aún dormido, el Presidente Snow. Ha vuelto a suceder.
Con mucho cuidado para no despertarle, intento levantarme muy lentamente, momento en el cual él se da la vuelta y me echa el brazo por encima. Su desagradable aliento a sangre se ha intensificado, y eso me provoca arcadas. Me lo quito de encima, aunque él no se entera de nada; me levanto y me dirijo a mi habitación.
Una vez allí decido darme una ducha de agua fría para despejarme, he pasado una noche de lo más desagradable. Aunque ahora que lo pienso, cada día de mi existencia es lo suficientemente duro como para querer olvidarlo. Cuando salgo del baño, veo algo de ropa encima de mi cama. James, el sastre personal de Snow, me asigna cada día la ropa que debo vestir. Como “acompañante” suya que soy, debo estar presentable ya que me veo obligada a asistir con él a muchos eventos. Así que me dispongo a vestirme.
Hoy, llevaré un vestido de color beige, sencillo pero a la vez muy bonito, el cual me cubre los hombros y deja un poco al descubierto mi espalda. También me ha dejado un par de medias y unas bailarinas del mismo color. Sonrío, sabe perfectamente que odio llevar tacones. Puede que James trabaje para Snow, pero eso es precisamente los que nos une a todos en esta casa, somos como una familia. Una vez vestida, me miro al espejo.
Cepillo mi cabello rubio. Bajo mis ojos verdes se distinguen unas vistosas ojeras; esta es una de las señales más obvias de la angustia que padezco últimamente, y los otros sirvientes de la mansión lo entienden mejor que nadie. Intento disimularlas con un poco de maquillaje.
Salgo de la habitación y camino hacia las escaleras. Por el camino, voy encontrándome con gente del servicio. Todos me dan los buenos días, pero noto en sus miradas esa mezcla de tristeza y compasión. Tampoco se cortan un pelo cuando murmuran a mis espaldas cosas como “pobre niña”. Aunque no les culpo.
Bajo hasta el salón para desayunar, y ahí está Snow, que por lo visto ya se ha despertado. Está gritando a un chico del servicio. Lo conozco, tiene más o menos mi edad, es un avox y lo trajeron hace poco. No sé lo que habrá pasado, pero en un momento lo veo tirado en el suelo mientras Snow le propina unas cuantas patadas. Miro la escena horrorizada.
-¡Basta, por favor! – grito.
Al verme, el rostro de Snow se torna en su habitual sonrisa de enfermo.
-Oh. Buenos días, pequeña – me dice, como si nada.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Nunca había sentido tanto asco hacia una persona. Todos sienten un miedo atroz hacia Snow, pero sé que a mi me deja pasar cualquier insolencia. Así que le reprocho:
-No soporto que trates así a la gente. Es horrible – le digo, y me arrodillo junto al muchacho. Le ayudo a levantarse y, entre muecas de dolor, asiente en señal de gratitud. Yo le sonrío tristemente.
-Tu inocencia te pierde, querida – me responde fríamente.- Con la bondad no se llega a ninguna parte. Tienes que hacer ver a toda esa escoria que eres tú quien manda. O si no te perderán el respeto y la cosa se te irá de las manos.
Sé a lo que se refiere. Al parecer, todos los distritos de Panem se han revelado gracias a Katniss Everdeen, la ganadora de los 74º Juegos del Hambre, más conocida como la Chica en Llamas. Su coraje es digno de admirar. Parece que el Presidente no se ha levantado de muy buen humor, y no me gusta estar cerca cuando está enfadado.
-No tengo hambre. Creo que daré un paseo. - No contesta. Supongo que eso es un sí.
Me dirijo a la cocina a dar los buenos días al resto del servicio, y allí encuentro a Fiona, la que un día fue la mejor amiga de mi madre. Cuando murió, ella le prometió que se haría cargo de mí (dentro de lo que cabe) y que se aseguraría de que no me faltase nada. Algo irónico, ya que hace apenas un par de meses, Snow me convirtió en su “protegida”.
-¡Blair!-exclama, y me abraza con fuerza. Más que alegrarse de verme, parece que está muy preocupada, como casi todas las mañanas. Y todo el mundo sabe por qué.
-¿Anoche…?- me pregunta. No hace falta que termine la frase. Le asiento. – Mi pobre niña…-ésta vez me abraza con mas fuerza, y sus ojos se empiezan a enrojecer. Esta escena se repite día tras día, y a mi me empieza a incomodar un poco. Más que incomodarme, me avergüenza terriblemente.
No soporto ver a la gente llorar, y más aun si es por mí, porque soy yo la que tendría que estar llorando a cada minuto. No quiero estar allí, así que me apresuro a despedirme y salgo de allí a toda prisa.





Me presento :)

Hola! me llamo María, y voy a escribir una historia basada en Sinsajo, de la trilogía "Los Juegos del Hambre". Dado que soy nueva en esto y no se me da muy bien escribir, los primeros capítulos serán cortitos y no los publicaré con mucha frecuencia. Aun así, espero que os guste. Besos :)